domingo, 5 de febrero de 2012

CuEnTaCuEnToS: "El globo rojo trataba de esquivar aquella multitud sobre la acera."

El globo rojo trataba de esquivar aquella multitud sobre la acera. Cada uno que pasaba le daba un golpe, lo miraba con desprecio o simplemente lo ignoraba. Así se sentía ella en ese momento, ignorada, pisoteada, despreciada, inerte, ausente. Miraba al globo rojo desde su ventana, la única ventana del piso que daba a la calle, su única vía de escape en estos últimos días. Todo había empezado el jueves, siempre eran los jueves, cuando sin quererlo había olvidado una fecha importante, una cena, un ascenso, una llamada, un beso, siempre era algo. Se había acostumbrado a que los jueves era el día que tocaba discutir, por una cosa o por otra. Siempre la misma rutina, un portazo, un grito, una discusión, luego el llanto mezclado con las preguntas, una noche en vela. Los viernes despertaban con los perdones, los lamentos, los no volverá a suceder. Los te quiero se reservaban para la noche, acompañados de un despliegue de velas y flores para cenar. El último jueves fue más de lo mismo, el cambio llegó el viernes. Ese viernes amaneció con un "No pienses que te voy a pedir perdón, porque no lo haré" seguido de una nueva discusión mucho más fuerte de lo normal, ya no había lagrimas, había resistencia, había conseguido crear un muro frente a sus palabras, pero no tuvo en cuenta que los muros se derriban con piedra, martillos y golpes. El suyo llegó con un paraguas. Después de eso es incapaz de recordar nada, aire, gente, ruido, sirenas, dolor, silencio. Ahora se asoma a la ventana para ver pasar su vida, ahora no se discute los jueves porque no puede hablar, no hay recibimientos ni abrazos porque no puede moverse, tampoco hay perdones porque ya no los quiere. Vuelve a la realidad al mirar por la ventana, el globo ha desaparecido, ¿habrá seguido su camino? ¿se habrá roto y habrá desaparecido? Ella ya no puede hacer nada, ni una cosa ni la otra.

lunes, 2 de enero de 2012

CuEnTaCuEnToS: Ese gato tiene razón...



"Ese gato tiene razón", decía para sí mientras miraba una foto en una página web que frecuentaba, "ese gato tiene toda la razón, no puedo seguir así por alguien, no puedo, no puedo..." Y la historia se remontaba a unos meses antes, cuando sus ojos se cruzaron con los ojos de un alguien especial, de un alguien que hacía que su corazón latiera desbocado cada vez que lo recordaba, de un alguien que no volvería a ver, de un alguien que ni siquiera merecía la pena. Pero ahí estaba ella, centrada en su mundo, en su mirada, en sus labios, en los miles de planes que ideaba cada noche para volver a verlo. Él por su parte cada noche inventaba una nueva excusa perfecta para cada nuevo plan y ella le creía, porque no podía  hacer otra cosa, porque estaba ciega, porque por más que alguien la hubiera agarrado por los hombros y sacudido bien fuerte para que reaccionara no hubiera vuelto a la realidad. Tuvo que ser un gato, un simple gato el que la trajera de nuevo a este mundo, el que le hiciera abrir los ojos ante la realidad que se negaba a ver, el que en pocas palabras describiera al dedillo la situación que ella misma estaba viviendo. Cada noche sin dormir pensando en él, cada sueño roto con una nueva excusa, cada lágrima que resbalaba por sus mejillas, cada te quiero susurrado al aire, cada corazón dibujado en la ventana, cada escalofrío que recorría su espalda y erizaba su piel cada vez que pensaba en él, todo para nada, porque él seguía evitándola una y otra vez. ¿Cuánto tiempo llevaba en esa situación? ¿Cuánto tiempo más estaba dispuesta a seguir así? Miró por la ventana y suspiró, con todo el dolor de su corazón debía aprender a olvidar.