lunes, 30 de junio de 2008

CuEnTaCuEnToS: Ella tiene la piel del color de la tierra...

Ella tiene la piel del color de la tierra, cansada, harta, vuelve a casa después de un largo día de trabajo. Se sienta, le duelen los pies. En verdad lo que más le duele es el alma. Siente que no está haciendo las cosas bien, siente que le está fallando a mucha gente y lo peor es que siente que no puede dar más de si para que las cosas cambien y vuelvan otra vez a su cauce.

Respira. Quizá lo único bueno sea que todavía respira, eso y que está en casa, aunque esto último es bastante discutible si es bueno o no. Se descalza, esas chanclas la estaban matando. Tiene los pies ardiendo de lo mucho que ha caminado esa mañana. Lo malo es que no le ha servido de nada, como todo lo que hace últimamente, como todo lo que se propone, como todo lo que sueña. Sueños inalcanzables que se desvanecen como la niebla tras los primeros rayos de sol, propuestas que grita y sin saber muy bien como se las lleva el viento, lejos, donde ya nadie puede escucharlas, donde ya nadie se acuerda de ellas, donde ni ella misma recuerda si fueron pronunciadas por sus labios alguna vez.

Cierra los ojos y piensa. Las ideas viajan confusas de un lado hacia otro de su cabeza, tropezando unas con otras, vagando la mayoría en un mar de sentimientos. Intenta dejar la mente en blanco para que cese aquel molesto dolor de cabeza pero es inútil, como todo aquello que hace, como todo aquello que piensa. Rescata un pensamiento de aquel mar de dudas. Uno, al azar. De pronto se encuentra en una tarde de verano, sentada en un sofá. A su lado una gran amiga. En sus labios una frase 'Pase lo que pase siempre seremos amigas, nuestra amistad es más fuerte que cualquier otra cosa'. De todos los pensamientos tuvo que rescatar precisamente ese, aquel que más daño le hacía, quizá el que se le había quedado anclado como un barco viejo en aquel inmenso mar de sentimientos. Abrió los ojos para intentar borrar aquella imagen que aún seguía en su mente. Las cosas habían cambiado mucho desde aquella tarde de verano, e irremediablemente su amistad había quedado reducida a eso, recuerdos. Lo que más le dolía en el mundo era no poder coger el teléfono, como tantas otras veces lo había hecho y pasar un rato hablando con ella, contarle cosas, reír. Todavía podía sentir la sensación que le provocaba compartir aunque fueran unos minutos al teléfono con ella. Algo más de un año había pasado desde aquella tarde.

Un suspiro se escapó de sus labios. El dolor de cabeza seguía ahí, anclado como aquel barco viejo a el mar de sentimientos. El dolor de pies había disminuido pero el alma todavía le dolía.

lunes, 9 de junio de 2008

CuEnTaCuEnToS: La próxima vez que ponga la cinta descubrirá que a la mitad de la misma hay cinco minutos en blanco...

La próxima vez que ponga la cinta descubrirá que a la mitad de la misma hay cinco minutos en blanco. Lo primero que hará es extrañarse de que durante tanto tiempo no suene nada. Después rebobinará la cinta y subirá el volumen por si lo que estuviera grabado está demasiado bajo. Seguirá sin escuchar nada. Entonces cogerá la caja de la cinta para ver si en ella se dice que canción es la que falta, pero descubrirá que en ella no hay una lista de canciones, solo hay palabras sueltas que aparentemente no significan nada. Se sentará en el sofá confusa, pensativa, sin saber muy bien que hacer. Cerrará los ojos y suspirará. Al abrirlos descubrirá que tiene la caja de la cinta en la mano y que sigue sin escuchar nada. Clavará sus ojos en el radiocasete e intentará recordar el porqué, si es que lo tiene, de aquel silencio. Pasarán cinco minutos y tras ellos volverá a aparecer la música a todo volumen ya que se habrá olvidado bajarlo tras intentar ver si lo grabado estaba a un volumen demasiado bajo. Es estruendo la hará saltar del sofá a bajar la música. Parará la cinta. Rebobinará hasta dejarla en 6 minutos antes. Un minuto de música y nuevamente el silencio. Nuevamente una incógnita. Nuevamente mirará la caja, cerrará los ojos y dejará escapar un suspiro de sus labios. Estará segura de haber escuchado esa cinta miles de veces pero se sentirá incapaz de recordar el porqué de esos 5 minutos en blanco. Sentirá lo mismo que se siente cuando se piensa que se está obviando un detalle importante que es imposible de recordar pero que sin él parece no tener sentido nada de lo que esté sucediendo. Así será. No entenderá nada. Habrá olvidado, o quizá nunca supo, el porqué de aquel silencio. Será entonces cuando, sin saber tampoco como, suene el teléfono. Descolgará y se encontrará con que al otro lado hay una persona que dice conocerla pero que ella es incapaz de recordar quien es. Ella intentará convencerle o convencerse de que se ha equivocado de número. Entonces la otra persona le dirá que solo llamaba porque sabía que había olvidado el porqué de los cinco minutos en blanco de su cinta favorita. En ese momento ella notará una sensación de ahogo en su pecho, esa sensación que se siente cuando la vida está pasando por delante y ni siquiera eres capaz de sentirla. El teléfono caerá de sus manos como si fuera el más pesado de los objetos y sus manos meras hojas que se rompen al más mínimo doblez. Será entonces cuando lo recuerde. Cuando sus recuerdos vuelvan al presente, tan nítidos y tan vivos como antaño. Pero ya será demasiado tarde. Recordará que hizo un pacto, un pacto en el cual empeñaba su alma. Recordará que prometió no olvidar nunca y sabrá que lo había olvidado. Y en cuestión de segundos todo su cuerpo empezará a temblar. Su pelo se volverá canoso y sus manos arrugadas. Notará que le fallan las fuerzas, esas fuerzas que apenas seguían con ella. Sentirá en su pecho un fuego no comparable con nada que hubiera vivido hasta entonces y en aquel momento ocurrirá. Se cumplirá su castigo por faltar al pacto, por olvidar.

Cuando llegue la policía encontrarán un cuerpo arrugado y senil arrodillado en el suelo, sin signos de violencia, el teléfono descolgado aunque sin interlocutor al otro lado. Registrarán la casa aunque no encontrarán nada que les haga sospechar de que el crimen fue cometido por un robo, en verdad nada les hará sospechar que fuese un crimen. Alguien reparará en el radiocasete que permanecerá todavía encendido. Una cinta. Pobre vieja, escuchaba música, pensarán, nadie reparará en escuchar la cinta, aunque en verdad, si lo hicieran, descubrirían que es una cinta de música totalmente normal.


sábado, 7 de junio de 2008

CuEnTaCuEnToS: Quedan tres minutos y medio para ahogar el silencio...

Quedan tres minutos y medio para ahogar el silencio. Solo tres minutos y medio. ¿Solo? Vamos no nos engañemos. Tres minutos y medio es mucho tiempo. Y poco tiempo. Mucho tiempo comparado con el latido de un corazón. Al silencio le quedan 270 latidos a paso lento. Poco tiempo comparado con la historia del hombre. Al silencio le quedan 2,8 x 10 elevado a -14 instantes. En verdad poco importa. El silencio se ahoga.

Quedan algo más de tres minutos para ahogar el silencio. En algo más de tres minutos puedes decir 60 veces Te Quiero. Puedes dar más de 50 golpes a un cuerpo dolorido. Puedes golpear un alma millones de veces. Puedes ser feliz una o infinitas veces. Pero eso en este momento no es relevante. El silencio se ahoga.

Quedan algo más de dos minutos y medio para ahogar el silencio. Demasiado tiempo si escuchas una canción que no te gusta. Poco tiempo si te paras a mirar a través de tu ventana un día soleado. Poco tiempo si necesitas llegar a tiempo a cualquier sitio. Quizá demasiado si estás viendo como tu vida se va y no puedes hacer nada por retenerla junto a ti. Escucha. El silencio se ahoga.

Quedan algo más de dos minutos para ahogar el silencio. ¿Qué eran dos minutos cuando eras un niño? ¿El tiempo que se tardaba en correr detrás del balón en el centro del campo y meter un gol? ¿El tiempo que tardaban las agujas del reloj en dar las en punto para que sonara la campana y poder salir corriendo del colegio? A veces es mucho, a veces es poco. En este caso ya poco importa. El silencio se ahoga.

Un minuto y medio. El tiempo que tardan en descolgar el teléfono al otro lado. Tu anuncio favorito, ese que esperas ver durante todo el día y después parece un suspiro. En un minuto y medio puedes decir 30 veces lo siento, 22 veces felicidades y desde 90 a 1 vez la palabra gol, dependiendo de como de larga hagas la O. Demasiado a menudo las palabras son superfluas. Ahora también. El silencio se ahoga.

Apenas queda un minuto para ahogar el silencio. 20 suspiros, 15 bostezos y con suerte un abrazo de los buenos. Una lectura apasionante que te ponga los pelos de punta o un simple vistazo al crucigrama del periódico. Todo tiempo es relativo. Como este relato. Podrá ser entendido mejor o peor, podrá llegar más o menos hondo dentro de ti, pero será eso, aproximadamente tres minutos y medio... de mi vida y de la tuya.

(Silencio...)