miércoles, 9 de abril de 2008

CuEnTaCuEnToS

Tiempo, teteras y recuerdos

Al final, se rompió la tetera, ya sabes, la que había en la casa del monte que siempre visitábamos cuando estábamos en el pueblo, pues esa, al final acabó rompiéndose, pero no de las cientos de veces que la rozábamos cuando estábamos jugando en la casa, no de las otras tantas veces que la mirábamos con odio porque siempre estaba en medio, estorbando, no, se rompió porque el viento la hizo caer al suelo, un viento que soplaba muy fuerte aquel día, un viento que consiguió romper la ventana que durante tanto tiempo había estado cerrada para que nada pudiese molestar en aquella casa, nuestra casa de travesuras, un viento que como un vendaval se coló entre aquellas paredes y empezó a destrozar todo lo que se encontraba a su paso empezando por las delicadas cortinas que revestían aquella ventana, que la hacían única, siguió su rumbo hacia la gran mesa que presidía la sala central y derrumbó sus sillas frágiles por el paso de los años y por el paso de ciertos molestos habitantes que habían comido sus entrañas dejando un camino marcado de serrín a su paso, tras las sillas perecieron también los débiles candelabros, y como no, la tetera, ella que siempre conseguía sobrevivir a nuestras locuras, ella que siempre estaba ahí para recordarnos que el tiempo pasa pero hay cosas que sobreviven a su paso.
Al final ella no pudo sobrevivir más tiempo y sucumbió al viento, ese viento que soplaba con fuerza aquella tarde, ese viento que entró sin ser llamado, ese viento que lo destrozó todo a su paso. Días más tarde fui a la casa para ver como había quedado y vi la tetera rota en el suelo. En un principio me alegré de que por fin algo hubiese podido acabar con ella, pero luego una sombra de tristeza apareció en mi rostro, quizá en el fondo no deseara que se rompiera, fueron tantos los momentos que ambas compartimos con aquella tetera que en el fondo significaba demasiado para mi como para que no me apenara verla allí rota. Me acerqué despreocupándome de todo lo demás que andaba revuelto. Al hacerlo noté que había algo que rodeaba a aquella tetera, me pregunté si podía ser posible que contuviera algo después de tanto tiempo. En verdad nosotras nunca nos fijamos si contenía algo o no, solo jugábamos, solo compartíamos las tardes, solo veíamos la vida pasar. Me agaché para comprobar que era aquello que contenía. Sinceramente no esperaba encontrar gran cosa ¿qué se podía esperar encontrar dentro de una tetera en una casa abandonada? ¿algo de té con pastas? Evidentemente no erré mucho en mi suposición. Un polvo más o menos brillante acompañaba en el suelo a los trozos que quedaban de la tetera.
Recogí mis cosas no sin antes echar un último vistazo a esa casa que tantas cosas buenas nos había deparado, tantos misterios, tantas tardes de juego, tantas confesiones entre sus paredes, tantos momentos inolvidables vividos gracias a ella. El viento había desaparecido cuando salí de la casa, me recordó una vez más a aquellas tardes que pasábamos juntas, a esos días de verano, a los abrazos, al sabor de los helados. Quizá hayas querido recordarme con esto que tu siempre ganabas, que eras como ese viento que sopla embravecido, ese mismo viento que rompió la tetera, que lo arrasó todo a su paso, quizá hayas querido hacerme ver que yo era como esa ventana, que cedió al paso del viento aunque quiso resistir con todas sus fuerzas, así era yo, siempre cedía ante tus cosas. Esta vez cedí, rompiste la ventana, entraste y arrasaste todo aquello que se cruzó en tu camino, como hacías siempre, hasta que la que se cruzó en tu camino fue la muerte. Quisiste arrasar también con ella pero en este caso fue ella la que arrasó contigo. Hoy quizá te recuerde con más fuerza que nunca, porque el viento rompió la tetera, porque volví por primera vez sin ti a la casa del monte, porque hoy me pregunto donde estás y si no habrás sido tú la que con tu fuerza rompiste aquella tetera que se cruzó en tu camino y se te resistió. Como siempre yo no pude impedírtelo. Pero,¿ sabes? te echo de menos. No lo supe hasta que vi aquella tetera en el suelo, rota en mil pedazos, no lo supe hasta que me acerqué y vi que contenía algo, no lo supe hasta que recordé una tarde de verano que juramos ser amigas para siempre, cogimos unas flores en el campo, cogimos un trozo de tela de cada uno de los vestidos que llevábamos en ese momento e hicimos un pacto de amistad. Como no teníamos donde guardar las cosas decidimos ponerlas en la tetera, que en tantas aventuras nos había acompañado.Allí estaban sus restos y los restos de nuestro pacto.

3 comentarios:

David Rincón dijo...

Perfecto como la escritora, eres la mejor guapa.

Un beso pequeño y con cariño, otro enorme y con pasión!

Anónimo dijo...

Hooolaaa! Qué bien que hayas vuelto a escribir!! ^^

Me ha gustado mucho, primero por las descripciones y segundo por el final. Lo del pacto de los pedacitos de vestido me ha sorprendido y, a la vez, encantado. No sé, sabia de pactos de sangre, de escupitajos, babas, mocos (sí, sí... los hay, jajaja), pero de vestidos... lo pienso e imagino que sí que tenían que ser muy amigas, porque de pequeñas las niñas somos muy "especialitas" sobre todo con los vestidos, así que si decidieron romper un trozo de los suyos, seguro que fue porque la razón les pareció mejor que buena! ;)

Un besote muy gordo wapa!

Pugliesino dijo...

No puede el tiempo resquebrajar la amistad que se forja en el.
Espero que pronto vuelvan tus relatos a llenar este lugar!
Un abrazu